La noción de proyecto

Entendemos los proyectos pedagógicos como dispositivos simbólicos. Son organizadores institucionales que explicitan los deseos e intereses de los participantes en los procesos educativos, por lo que anticipan y especifican las principales intenciones y acciones que se desarrollan en esos procesos formativos en las escuelas.

Podemos considerarlos también como instrumentos o herramientas que permiten articular la diversidad del conjunto de aspectos que entran en esos procesos formativos superando la fragmentación que caracteriza hoy a la educación.

La idea de proyecto implica imaginar el futuro. Es una anticipación de lo que vendrá, pero no como un momento que meramente está más allá y al cual vamos a llegar, sino como un mañana que construimos hoy y, en este sentido, se vuelve presente. No es un futuro que hay que encontrar, que está fijo en un lugar prometido, como instancia a la que podemos llegar de una vez y para siempre y en la cual estarán resueltos todos los conflictos, sino que esa anticipación forma parte del proceso que hay que construir. Es un tiempo que se configura como un ahora-futuro. El registro imaginario del futuro se desarrolla, además, en tensión con un orden simbólico que atraviesa nuestras anticipaciones. Lo que imaginamos y anticipamos del porvenir no es meramente arbitrario, sino que está condicionado por el registro simbólico de nuestras representaciones en el presente, que articulan los polos temporales del pasado y el futuro. Desde ese lugar simbólico que llamamos proyecto, el presente adquiere sentido en la medida que articula pasado y futuro.

Es también un sentido pedagógico principal en relación con lo que enseñamos como docentes, lo cual tiene que estar planteado de manera que recupere las experiencias pasadas (lo que el sujeto fue, lo que el sujeto hizo) y al mismo tiempo anticipe el futuro, abriendo a la imaginación y al deseo de seguir aprendiendo con probables nuevas experiencias. Esta concepción nos propone un nuevo enfoque pedagógico que quizás pueda contribuir también a superar otra de las grandes disociaciones de la educación de la primera modernidad: la relación de la educación con la vida. Desde este enfoque, la educación ya no es solo para un futuro que tiende a desconocer el presente. Confrontamos con una lógica de la educación que tiende a cierto encierro. En esta lógica del encierro, se estudia para las evaluaciones, que conducen a nuevos estudios para nuevas evaluaciones, que terminan disociadas de la vida. El formato pedagógico de la primera modernidad tiende cada vez más a construir sus sentidos sobre sí mismo. No se educa para la vida sino para pasar de nivel. Los proyectos, considerados también como metodología pedagógica, en la medida que promuevan una educación activa, orientados a transformar la realidad, pueden contribuir a superar ese encierro de la educación, disociada con la vida.

La noción de proyecto que proponemos tiene también una dimensión existencial, en el sentido que «tener» proyectos implica «estar» en proyectos, es decir, es como ingresar a un proceso en el cual nos desarrollamos y crecemos como personas y, en parte, también «somos» esos proyectos. Esto implica una actitud que pone en cuestión las relaciones entre tener y ser, las cuales parecen configurarse como polaridades. Cuando las representaciones de estas polaridades se plantean como opciones excluyentes, entre las cuales hay que optar, difícilmente se puedan asumir los proyectos con un sentido existencial, de crecimiento.

El tener y el ser se complementan en los modos de estar y hacer en la vida. Si no se tiene el capital cultural, simbólico y material, por ejemplo, para poder realizar los proyectos, difícilmente estos puedan ser realizados. Lo cual implica no poder desplegar nuestros deseos y nuestros intereses. La actitud existencial significa que me represento simbólicamente a mí mismo como proyecto, como auto-socio-construcción a nivel individual y a nivel colectivo. Esto se expresa en la dimensión colectiva de las instituciones, cuando los deseos e intereses se encuentran y se complementan.

Esto nos plantea otra tensión principal, que es la relación con nosotros mismos, porque esta noción de proyecto no es externa al sujeto, no es solo en términos de un dispositivo externo a los sujetos, sino de cómo nos apropiamos de nuestros actos.

PROYECTO E IDENTIDAD

Aunque parezca redundante, para elaborar proyectos y llevarlos a cabo es necesario desarrollar disposiciones para proyectar.

La noción de disposición es un aspecto importante de nuestra identidad, porque nos implica como sujetos completos, con nuestras múltiples inteligencias. Hace referencia al modo subjetivo en que están relacionadas las partes interiores del sujeto, considerado en su plenitud. Se entiende como un modo de ser, en el sentido de estar disponible o tener disponibilidad para ciertas cosas. Alude a la calidad de lo que en los sujetos está disponible. Lo involucra en su totalidad, intelectual, corporal y emocional, contribuyendo a definir su estilo personal. Las disposiciones comprenden el conjunto de capacidades, habilidades y destrezas que una persona puede tener.

Los términos llamados disposicionales, designan también las cualidades de los objetos como, por ejemplo, flexible, frágil, duro, rígido, transparente, opaco, etc. y contribuyen a definir sus posibilidades en relación con sus cualidades.

Las disposiciones en los sujetos se forman en la interiorización subjetiva de los dispositivos. Esa interiorización subjetiva de los dispositivos objetivos, es un proceso a través del cual, podría decirse que los sujetos desarrollan sus capacidades, habilidades y destrezas. Es decir, que se forman por la interiorización de la cultura a través de la acción pedagógica.

Las actitudes refieren a la exteriorización de las disposiciones en las relaciones con las cosas y los otros. Expresan el estado disposicional de los sujetos, es decir, para qué están dispuestos favorable o adversamente, anticipando sus probables comportamientos. Es cuando decimos por ejemplo: esa persona tiene una actitud que parece probable que acepte el proyecto».

Las disposiciones dan sentido a nuestras acciones, como dirección y significado. Tienden a mantenerse en relación con los cambios de situación o de objetos, es decir, tienden a relacionar las partes de un todo, de modo estable y duradero. Ahora bien, si esto es así, podríamos preguntarnos ¿cómo pueden formarse disposiciones para proyectos que implican crecimiento y con ello cambios?

En las representaciones simbólicas que tenemos de nosotros mismos y de las cosas, predomina la idea de que no se puede cambiar. No incluimos el cambio como una posibilidad, lo cual implica renuncia y anestesia para soportar el dolor de esa renuncia y bloquear nuestras capacidades de proyectar. Paradójicamente las cosas y sus relaciones están cambiando aceleradamente, pero nuestras representaciones las perciben como fijas y nos cuesta comprender esos procesos de cambios.

Esta representación que construimos de nosotros mismos, tiene que ver con el modo tradicional de transmisión del conocimiento, cuyo eje principal es que el conocimiento está para ser contemplado. Nos contemplamos a nosotros mismos, y ese conocimiento de nosotros mismos, como inteligencia intra-personal, se configura de manera que no incluye la construcción del cambio, sino como mera contemplación. De esta manera, los sujetos abandonan el desafío de ser protagonistas de los propios proyectos.

Esta representación, como núcleo cultural, no surge espontáneamente ni ingenuamente, sino que se construye en un orden simbólico en el cual se insertan nuestras acciones interactivas con los otros y está trabajada de manera que nosotros nos figuramos el orden de las cosas como algo que no puede ser cambiado. Todos los mensajes «nos dicen» una y otra vez que cualquier intento de cambio terminará nuevamente en el fracaso, que todo esfuerzo será en vano, de modo que es mejor dejar las cosas como están.

La «buena» educación trabaja justamente en sentido inverso: procura alentar las disposiciones para proyectos de crecimiento con los cambios que ello implica, estimular actitudes estables de sujetos dispuestos a cambios.

¿Es pertinente aquí la pregunta acerca de qué es lo primero y por dónde se pueden empezar los cambios? En el caso de la escuela, hay quienes sostienen que primero debe cambiar el docente para que la escuela cambie y otros sostienen, que primero debe cambiar la escuela para que el cambio en los docentes sea posible. Estamos ante modelos complejos con múltiples variables. De modo que no debemos pensar que modificando una o dos variables podemos cambiar los procesos educativos. Es necesario un proyecto articulador, que despliegue una mirada pedagógica del conjunto. Comenzar poniendo en marcha proyectos pedagógicos significa ingresar en la acción educativa nuevos dispositivos que generan nuevas disposiciones.

Para finalizar, una de las cuestiones centrales en la formulación de proyectos pedagógicos es la relación de los deseos e intereses de los alumnos con los contenidos didácticos curriculares. Es importante que sean diseñados no en función de lo que marca el programa sino de los intereses de los alumnos. Aprendemos aquello que nos interesa, lo demás es olvidado al poco tiempo después. Los proyectos pueden ser elaborados en base a los deseos y en su realización, ir incorporando los contenidos que marca el curriculum.

Gregorio Germán

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