La pérdida del sentido de la educación y la necesidad de reformular el formato escolar tradicional e introducir la noción de proyecto pedagógico para producir cambios en los establecimientos educativos, que atiendan a los nuevos requerimientos sociales, recuperen la salud institucional y vuelvan a motivar a los docentes, algunos de los temas abordados en la entrevista a Gregorio Germán.

“La pedagogía es propositiva o no tiene lugar en la escuela”, dispara Gregorio “Goyo” Germán, en su doble condición de teórico, como titular de cátedra en la Escuela de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Córdoba, y de hacedor, como rector fundador de la Escuela Nueva Juan Mantovani.

“Asistimos a un desencuentro entre los saberes que se producen en el ámbito académico y el sistema educativo, entre los documentos que se producen y el hacer cotidiano de los docentes”, explica el Magíster en Educación, para quien el desencuentro y “cierta actitud antiintelectualista” que puede notarse en las escuelas es “responsabilidad principal de la propia Pedagogía”.

–¿Por qué se produce este desencuentro entre la teoría y la práctica?

–En las últimas décadas, la Pedagogía ha comenzado a desdibujarse y abandonar su carácter propositivo respecto de las acciones prácticas en la escuela. El maestro, en el aula, se queja de que no le sirve, que no lo orienta. Cuando el pedagogo le habla al maestro desde un pedestal, que está más subsumido por lo filosófico, acerca del hombre que debemos formar, acerca de la concepción del mundo, el docente dice: “Pero yo mañana tengo que enseñar Geografía y esto de lo que me hablan, ‘para qué me sirve’”.

–¿Y qué cambios deberían producirse?

–Es necesaria una mirada pedagógica específica, diferenciada de lo que puede ser la organización escolar, la organización didáctica, la política, la Filosofía, la Psicología, etcétera. Durante un período, la Pedagogía estuvo pensada en la totalidad y eso es una omnipotencia. Es imposible que el pedagogo sea un “todólogo”, que se ocupe de todo. Sí, de aquellos aspectos generales comunes al conjunto de las disciplinas y también de los aprendizajes y experiencias que el alumno hace en la institución. La Pedagogía es una disciplina que estudia, en particular y concreto –no en abstracto, fuera de la historia y lo social–, los aspectos generales de los procesos educativos en las instituciones, para la articulación de los discursos y las acciones. Y, en este marco, la categoría de proyecto pedagógico permitiría especificar su ámbito de acción.

El proyecto pedagógico

Para Germán, la noción de proyecto permite repensar el lugar simbólico de la propia Pedagogía, al tiempo que da respuesta al carácter propositivo que se le demanda. En este marco, el especialista señala que “el primer eje de batalla es contra la fragmentación”, ya que la tendencia no sólo es “enseñar los contenidos fragmentariamente”, sino que la propia organización escolar y los sujetos, actores de los procesos educativos, se encuentran también cada uno por su lado.

–¿Esto qué implica?

–Vamos hacia el desarrollo de una Pedagogía por proyectos que supone la idea de articulación, de unir lo diferente en aquellos puntos que son comunes, en las tres líneas: el nivel institucional, el de los contenidos y el de los sujetos. Esta es una categoría potente, que funciona como un dispositivo organizador institucional, articulador y anticipante. Cuando se ponen en marcha en las escuelas proyectos, aparecen los intereses de los docentes, de los alumnos, de la comunidad. La educación está como disociada de las motivaciones de los protagonistas: pareciera que se enseña para un futuro que no tiene presente. La idea es anticipar el mañana, teniendo claro que lo construimos en el aquí y ahora: lo que hacemos o dejamos de hacer, lo que aprendemos o dejamos de aprender tiene que ver con ese proceso que se desarrolla hacia un futuro. El sujeto vive una crisis de sentido: nadie sabe bien para qué educamos. Se dice que para ser mejores, pero desde el punto de vista de lo concreto esto no aparece. La noción de proyecto permite articular y darle un sentido al proceso educativo.

–Esto supone un trabajo colectivo…

–Sí, el proyecto debe ser trabajado colectivamente de manera que pueda construirse en torno a él un modelo de participación activa, que transforme el formato escolar tradicional, cuya metodología ya tiene casi tres siglos: el maestro expone frente al grupo clase y el alumno repite lo que el docente enseña, reproduciendo lo que dicen los libros; el profesor evalúa luego si el estudiante es buen repetidor, y ahí pareciera que cierra el proceso de enseñanza tradicional. Es una ficción donde todos hacemos como si aprendiéramos y lo que principalmente se enseña es cómo zafar rápidamente. Cuando eso se transforma en proyecto pedagógico, la cosa empieza a cambiar. Y eso implica una cierta flexibilidad en el currículum y de los programas, no dejarlos de lado sino vivificarlos, darles vida en relación a los intereses de los actores institucionales.

–¿Cómo se traduce esto en la escuela, que suele resistir los cambios?

–Como diría Freud, la reproducción y la repetición no son momentos casuales en nuestra vida, sino que son la tendencia principal. Por eso, quizá, muchas de las innovaciones que se han propuesto, como el aula taller, el trabajo en grupo, si bien han logrado ciertas mejoras, han terminado siendo absorbidas por el formato tradicional. El trabajo por proyectos implica una confrontación mucho más global del modelo enciclopédico, porque sin anular los libros, los reubica como un instrumento más de aprendizaje. Incluye el trabajo de campo, subgrupos que investigan diferentes aspectos: una diversidad instrumental mucho mayor. Y supone, también, ampliar la noción de gestión –que no se refiere sólo a la directiva, sino a la por proyectos–, de la que participan además de los directivos, los docentes, los alumnos, la propia comunidad, la familia, etcétera.

Apertura e integración

Para el titular de la cátedra de Pedagogía de la UNC, el trabajo por proyectos supone un nuevo enfoque que puede “contribuir a superar otra de las grandes disociaciones de la educación relacionada no sólo con la teoría y la práctica, sino también con la emoción, la razón y el cuerpo”. Esto es, “concebir al sujeto alumno como una unidad total, única e irrepetible” que aprende no sólo a través del intelecto, sino también “de las inteligencias emocional y corporal”.

–¿Se trata de abrir las aulas y la escuela?

–Al confrontar con el formato educativo tradicional, se tiende a abrir el encierro de los claustros en la escuela. El espacio áulico no puede absorber el concepto de proyecto ni como fundamento ni como método pedagógico, porque éste propone una relación diferente con el conocimiento: el modo de interacción del alumno con el saber cambia. Las evaluaciones adquieren otro sentido, de ajuste, de mejorar para poder seguir desarrollando la tarea. El proyecto propicia una actitud activa, orientada a transformar la realidad; tiende a unir la educación con la vida de quienes lo practican, articula las macro-relaciones sociales con el micro-escenario áulico, porque pareciera que lo que enseñamos en la escuela está disociado, no tiene nada que ver, con la emoción social de la época.

–La sociedad ha cambiado mucho y la escuela casi nada, por lo que se suele poner en tela de juicio la calidad de los aprendizajes que brinda…

–La cuestión pedagógica central en relación con la calidad de los aprendizajes es cómo la educación –de manera coincidente con las nuevas demandas producidas a partir de la revolución tecnológica– nos enseña a resolver problemas y no a repetir o reproducir de memoria. Hoy son necesarios sujetos con autonomía, que tengan iniciativa, que sean capaces de participar activamente, que sean no sólo actores sino autores de su propio aprendizaje, que puedan ser flexibles, tener disposición para los cambios, para el desarrollo de inteligencias múltiples, ser creativos, que tengan autodisciplina, donde se promueva el trabajo en equipo, la comunicación –es decir el saber escuchar y hacerse escuchar–, la cooperación, y, una cuestión que es central en la elaboración de proyectos, que es la concertación y la negociación. Si eso no se aprende en la escuela, difícilmente después los adultos podamos desarrollarlo.

–¿En qué otros aspectos se diferencia del formato tradicional?

–El proyecto pedagógico es promotor de identidad, una noción que hoy está bastante desdibujada y en riesgo, y que es necesario reinventarla. En este sentido, puede contribuir a articular la multiculturalidad y posibilitar la aceptación y la unidad de la diversidad, fortaleciendo los procesos, en tanto ubica el conflicto como una situación problema, para trabajarla, y como una oportunidad de crecimiento. En el enfoque tradicional, el conflicto es expulsado, puesto fuera: el niño con problemas es mandado a la dirección. Aquí se trata de ingresarlo en el sistema educativo, transformarlo en una situación problemática y luego en una oportunidad de crecimiento. Y anticiparlo: sabemos cuáles son los conflictos que se repiten en las escuelas, tienen una regularidad, por lo tanto no nos deberían sorprender. Entonces, comprenderlos, anticiparlos, promueve la salud institucional.

–¿De qué manera?

–Sabemos la cantidad de carpetas médicas, y específicamente psiquiátricas, que tenemos que afrontar en el sistema educativo. En la medida que los proyectos anticipan probables cursos de acontecimientos, nos permiten construir condiciones de prevención, en términos de salud institucional. Es decir, nos posibilitan prepararnos para esos conflictos que nos amenazan, desde un saber teórico, intelectual y una formación integral y activa –que incluye los aspectos emocionales y corporales– que promueve mejores disposiciones para una mejor relación entre nosotros a la hora de afrontarlos colectivamente. Esto no va a significar nunca ausencia de problemas, sino disposición para enfrentarlos. Se trata de pensar las condiciones de posibilidad de una nueva educación que produzca menos malestar en la cultura.

Una pedagogía energizante

De acuerdo con Germán, uno de los efectos más positivos de la introducción del proyecto es que logra vencer los miedos, responder a la pregunta “para qué enseño” y cargar de sentido el proceso de enseñanza-aprendizaje, tornándolo algo deseable y disfrutable por los sujetos que forman parte de él.

–¿Cómo se resignifica el sentido de la enseñanza?

–Partiendo no de lo que marca el currículum oficial –sin dejarlo de lado–, sino de los intereses de los alumnos y de los maestros y profesores, de manera que esto energice, movilice las fuerzas pulsionales de los actores institucionales. Para que, además, el docente pueda recuperar lo que podríamos nombrar como la imaginación de futuros deseables –algo que está perdiendo–, en términos de sueños, de utopías, de transformación de la realidad. La educación como promesa de emancipación no se realiza a través de leyes sino en la medida que se logra ubicar a los sujetos y a las escuelas como los principales protagonistas de sus propios proyectos de emancipación. El proyecto no es un punto de llegada cristalizado, sino un proceso de búsqueda, en el que los sujetos, fruto del propio movimiento, van produciendo los objetivos. Y eso les produce una energización.

–¿A la hora de innovar, son más movilizadores los proyectos que las leyes?

–La metodología de proyecto puede contribuir a que las innovaciones educativas no queden absorbidas en el formato tradicional. Y esto se puede hacer, principalmente, desde una mirada pedagógica. La escuela no resiste más parches: hay que cambiarla de conjunto y para esto necesitamos a la Pedagogía, que históricamente ha tenido presencias intermitentes en las instituciones escolares. Este es un momento de transición: necesitamos una disciplina que pueda mirar integralmente; no para cambiar todo de golpe, sino para hacer cambios parciales y graduales en función de un proyecto unificador. Entonces es necesario reconstruir la Pedagogía con un sentido fundamentalmente articulador, tanto de las Ciencias de la Educación como de las propias instituciones. Tal como pasó en las Ciencias Médicas, con la medicina clínica.

–¿Cómo es la analogía con las Ciencias Médicas?

–Cuando las Ciencias de la Educación se pluralizaron en un conjunto de disciplinas que desde diferentes miradas estudiaban el fenómeno educativo, la pedagogía quedó como desdibujada y fue absorbida por la Filosofía o por la Sociología. Esto ocurrió, también, en otros campos, como el de la Medicina. Tras pluralizarse los campos científicos de las Ciencias Médicas, se comienza a recuperar la clínica médica: la mirada que ve al sujeto de conjunto, en vez de la del especialista que curaba una parte y tenía problemas con otra. Y la Pedagogía sería un equivalente, en este sentido, ya que estamos trabajando no solamente con el intelecto sino con sujetos integrales.

En este marco, “Goyo” Germán sostiene que para que el docente pueda asumir el desafío de educar integralmente, desde la formación se debe promover y desarrollar las disposiciones en los sujetos –en tanto cualidades y rasgos característicos que expresan modos de ser que tienden a ser duraderos– para poder construir proyectos, “de forma tal que estos estén dispuestos a los cambios que impliquen crecimiento”. Porque, afirma, “otro mundo es posible, una perspectiva transformadora y emancipadora global y gradual también lo es, al igual que otra escuela y otra educación”. Y dice para finalizar: “No se trata de proyectos grandiosos, sino modestos y parciales, pero que se vinculen con la idea general de emancipación del hombre”.

Sección: La entrevista
Edición: Saberes 14
Diciembre 3, 2012